Estrés y burnout
Se habla mucho del estrés, y casi siempre de una manera bastante ligera: cualquier situación se etiqueta como causante de estrés; a menudo decimos que nos encontramos estresados por razones diversas, sin darnos cuenta de que, si esto fuera cierto, probablemente no podríamos salir de casa ni ejercer nuestra profesión. Efectivamente, el estrés es una dolencia real que presenta una serie de síntomas físicos y anímicos que impiden a quien la sufre el desarrollo de su actividad normal.
Los trabajadores de las instituciones sociales, sanitarias y educativas están en contacto permanente con personas con necesidades, sufrimientos y problemas la solución de los cuales es a veces remota o casi imposible. Esta dificultad para aportar soluciones eficaces, junto con la implicación emocional que comporta la proximidad de personas con conflictos, generan una situación de agotamiento y frustración. El año 1977 se introdujo una nueva palabra para describir este estrés específico relacionado con las profesiones asistenciales: burnout.
Mientras que el estrés es generado por una percepción de amenaza que lleva a un desequilibrio físico, intelectual y emocional, el burnout es un síndrome de progresivo desilusionamiento que emana de una percepción individual de necesidades y expectativas insatisfechas.

El estrés comporta una reacción física o emocional que puede ser positiva (eutrés) o negativa (distrés), es decir que un cierto grado de estrés positivo es saludable, porque nos permite reaccionar ante las situaciones de peligro. El burnout, en cambio, es un proceso de desgaste que se va desarrollando de manera progresiva hasta llegar a una situación de cansancio emocional, despersonalización y carencia de realización personal.
Christina Maslach y Susan Jackson diseñaron en 1981 un cuestionario para determinar el grado de burnout que sufren los médicos, enfermeros, asistentes sociales, maestros, el MBI o Inventario “Burnout” de Maslach. Este test presenta tres ejes fundamentales para determinar si una persona sufre el mencionado síndrome. Mide, por un lado, el grado de cansancio emocional que se traduce en incapacidad para entregarse a los demás, agotamiento físico y necesidad de gran esfuerzo para poder realizar el trabajo. El segundo eje es la despersonalización: aparecen sentimientos y actitudes negativas hacia los sujetos con quienes se relaciona el profesional, endurecimiento y deshumanización; se puede llegar a considerar que las personas con las que se trata son merecedoras de los problemas que tienen. Un tercer aspecto importante es la reducción del sentimiento de realización personal que comporta una autoevaluación negativa, un descontento de sí mismo y de su labor. Todos estos síntomas a menudo van acompañados de otros como ansiedad, insomnio, irritabilidad, etc.
La propuesta musical
La capacidad de la música para producir cambios en la persona ya era conocida por las civilizaciones más antiguas. Las culturas egipcia, china o griega consideraban la música como un elemento terapéutico, tanto para el cuerpo como para el alma. Actualmente estamos asistiendo al renacimiento de este concepto sanador de la música, materializado en una disciplina creada hacia 1950, la Musicoterapia. Esta técnica ha recibido la influencia de las diferentes corrientes psicológicas de forma que se puede hablar de musicoterapia de tendencia psicoanalítica, conductista, cognitiva, humanista o transpersonal, entre otras.
La musicoterapia parte de la evidencia de que el sonido –vibración física- actúa sobre el organismo humano produciendo cambios físicos medibles; este sonido, considerado la materia prima de la música, se organiza en relación con el tiempo creando el ritmo, el cual incide directamente sobre los ritmos fisiológicos de nuestro cuerpo: respiración, latido de corazón... Además, los diferentes sonidos se combinan no tan solo respecto al tiempo sino también en relación con la altura; la consecuencia de ello es la melodía, que llega rápidamente a la emoción. Si se producen diferentes sonidos o melodías al mismo tiempo nos encontramos ante la armonía, el elemento más complejo de la música y el que nos ayuda a tener una visión de conjunto, a salir de nuestra individualidad y armonizarnos con el universo.
La música, por lo tanto, tiene la facultad de modificar los estados fisiológicos, afectivos y mentales, a través de su poder sugestivo y evocador; la música puede regularizar los ritmos vitales, nos ayuda a tomar contacto con el estado de ánimo y nos da elementos para dejar salir la emoción. Es una herramienta para la comunicación y la expresión no verbal a partir de la creatividad y la imaginación. La música es una manifestación del mundo interior de la persona, de su esencia más genuina.
Explorar la creatividad

Hemos dicho que existen diferentes corrientes dentro de la musicoterapia; algunos se ocupan sobre todo de analizar las experiencias de la infancia (psicoanálisis); otros se preocupan de cambiar los hábitos o conductas del momento presente (conductismo); la musicoterapia de tendencia humanista se orienta sobre todo hacia la totalidad del ser. Por esta razón es el enfoque más adecuado en las situaciones de burnout, que implican una crisis existencial relacionada con cuestiones como el amor, la creatividad, el yo, el crecimiento personal, la autorrealización y la trascendencia, aspectos fundamentales para la psicología humanista. Esta visión del ser humano como ser espiritual dotado de valores puede ofrecer alternativas válidas para superar el estrés originado por circunstancias derivadas de la empatía, la entrega a los demás y el olvido de uno mismo.
La música brinda muchas posibilidades; podemos recurrir a la actividad lúdica y receptiva de escuchar nuestra música preferida que nos producirá, sin duda, un gran bienestar. Podemos cantar alguna canción que nos guste, una experiencia mucho más activa y que por lo tanto nos puede ayudar mejor a exteriorizar la emoción. Pero si queremos utilizar a fondo las cualidades sanadoras de la música tendremos que profundizar en el trabajo creativo, en la investigación de nuestra propia música, en la línea del planteamiento humanista.
Las razones para emprender este camino hacia nuestro interior, buscando las habilidades musicales que todos poseemos pero que hemos arrinconado, son que todo aquello que es fruto de nuestra creatividad nos gratifica más, nos hace aumentar la fe en nuestras capacidades, nos ayuda a conocer y valorar las partes más sanas y equilibradas de nuestra persona. Nos permite, en definitiva, disfrutar de la intuición y dejar salir nuestro ser más imaginativo.
Los grupos de improvisación musical
Cuando una persona improvisa música, un arte que se desarrolla en el tiempo, está en contacto directo con su inventiva de forma inmediata, sin analizar aquello que está produciendo. El tempo musical no se para y el improvisador va tomando decisiones sin pensar cuál es la mejor opción; simplemente se deja llevar por la inspiración y expresa lo que siente.
Al principio existe un cierto miedo; la persona quiere controlar el resultado de aquello que toca o canta, quiere estar seguro de que lo que creará será estético, adecuado, correcto, agradable, etc. Poco a poco el control va cediendo a la confianza y el creador empieza a perder el miedo al ridículo y al fracaso; empieza a disfrutar de lo que está creando, sin analizar ni juzgar lo que suena; simplemente hace música y esta experiencia tiene un impacto directo sobre su equilibrio interior y sobre sus emociones. Son momentos de total realización personal, en los que se experimenta plenamente el presente; la gratificación es inmediata y configura la siguiente elección; una nota lleva a la otra y casi sin darse cuenta se van creando ideas musicales que tienen un sentido y que fluyen solas.
Todo este proceso tiene lugar sin la participación de la reflexión intelectual; compromete a la persona física y emocionalmente y requiere que esté abierta y receptiva a los estímulos sensoriales; requiere una gran rapidez de reflejos, desarrolla la agilidad, la flexibilidad y la capacidad de adaptación a los cambios.

Cuando la práctica de la improvisación se realiza en grupo intervienen más componentes: hay que estar atento a las propuestas musicales de los compañeros para responder; hace falta que cada cual encuentre su lugar en el conjunto, de forma que no toque o cante ni demasiado flojo ni demasiado fuerte; hay que expresarse libremente pero mirando de adaptarse al producto sonoro que se construye colectivamente; hay que ser consciente del valor de la aportación de cada persona al conjunto sonoro, desde la propia individualidad.
La improvisación usada como herramienta terapéutica permite lograr una serie de objetivos como, por ejemplo, el conocimiento completo de uno mismo, de los demás y del entorno; el desarrollo de la atención hacia un mismo, hacia los otros y hacia el contexto; la integración personal y la expresión y comunicación interpersonal.
Música para combatir el burnout
Las actividades de creación musical en grupo buscan, sobre todo, facilitar un espacio seguro y acogedor para que los asistentes puedan expresarse libremente por medio de la música. Cada cual utiliza los propios recursos creativos a través del canto, el ritmo, los instrumentos de percusión y el movimiento, elaborando la música idónea para cada momento.
Al principio todos llegan a las sesiones de musicoterapia sin saber demasiado qué tendrán que hacer; esto crea un cierto grado de inhibición que se va rompiendo a medida que el grupo se conoce y que cada persona se siente aceptada por el resto.
Los primeros ejercicios de improvisación (generalmente rítmicos y con instrumentos) tienen un resultado más bien inconexo y muchas veces caótico; cada persona necesita encontrar su expresión personal y el grupo también tiene que configurar la suya. A medida que se va profundizando en el trabajo el producto musical resultante va siendo más coherente, mejor estructurado y más armónico, tanto el individual como el grupal. Todo el mundo va aprendiendo a confiar más en su intuición y a escuchar los otros.
Los resultados del trabajo que se realiza con música tienen repercusión también en la vida cotidiana de cada miembro del grupo; ellos mismos explican que han ganado en capacidad expresiva, en autoestima y en seguridad.
Muchas veces las sesiones de expresión musical provocan vivencias muy intensas, en la línea de las experiencias culminantes, que proporcionan a los asistentes un alto grado de plenitud.
Está comprobado que las actividades con música contribuyen a crear vínculos muy estrechos entre los componentes del grupo; hacer música juntos supone un nivel de expresión muy profundo porque nos movemos en el terreno de la comunicación no verbal. Igualmente, el apoyo del grupo que recibe cada uno de los participantes es muy importante en el proceso de descubrimiento y afirmación de las propias capacidades creativas.
La resolución de problemas y la toma de decisiones que implica el trabajo con música (elegir cada momento de qué manera expresarse, escuchar, responder, estar presente, sentir, comunicar, etc.) incide progresivamente en las situaciones cotidianas, proporcionando más estrategias y capacidades para reaccionar y adaptarse a situaciones nuevas y cambiantes.
El trabajo con música permite llegar al fondo de la persona, ponerse en contacto con las emociones; al mismo tiempo, la música actúa como un bálsamo que consuela y ayuda a cicatrizar las heridas. Por un lado, el canto nos puede hacer llorar de tristeza, pero al mismo tiempo este canto nos calma y reconforta, permitiéndonos una salida creativa a la emoción.

Por todas estas razones la música actúa como terapia eficaz en las situaciones de burnout derivadas de las profesiones en que se asiste a otras personas. La actividad musical compensa las frustraciones que se sufren en el ámbito laboral; el descubrimiento de las potencialidades creadoras posibilita encontrar soluciones a los problemas cotidianos; el respaldo del grupo actúa como potenciador de la autoestima y ayuda a romper el aislamiento emocional; el uso de la voz y el canto ayudan a la relajación y facilitan cambios anímicos en una dirección positiva; la improvisación de ritmos permite la descarga de tensiones y ansiedades; la improvisación de melodías permite aflorar las tristezas y melancolías que oprimen el corazón, a la vez que facilitan su alivio.
En definitiva, la música puede ayudar a transformar nuestra vida haciéndola más fecunda y tranquila.